Desde que tengo memoria, desde muy pequeña, los
perfumes han sido una pasión para mí, y podría decir que desde hace algunos
años se transformaron en casi una obsesión, en mi vida.
La colección de fragancias que poseo no es simplemente
una muestra de aromas; cada uno de esos frascos, por eso los conservo y
quisiera tener una vitrina para exhibirlos en algún momento, representa un
viaje emocional y sensorial.
Empeñada en tener diferentes perfumes para cada estado
de ánimo, he aprendido a asociar fragancias con momentos específicos,
recuerdos, lugares que he visitado y, en general, mi estado de ánimo.
Al principio, mi interés en los perfumes se inclinaba
casi exclusivamente hacia las fragancias florales. Encontraba en las notas de
jazmín, rosa y flores blancas un refugio perfecto, una especie de jardín
portátil que podía llevar conmigo. A menudo, un toque de un perfume floral era
suficiente para transportarme a un campo lleno de flores, alegrando y
reconfortando mi vida incluso en los
días más grises.
Sin embargo, como todo en la vida, mis preferencias evolucionaron. Con el tiempo descubrí el frescor vivificante de las fragancias cítricas. Sus notas de limón, naranja y bergamota se convirtieron en mi elección predilecta para los días más cálidos o cuando necesitaba un impulso de energía.
Era asombroso cómo unas pocas gotas podían llenar una
habitación de vitalidad y luz y animarme, darme energía y fuerzas, alegrarme.
Con el tiempo, y la llegada del siglo XXI con sus
grandes cambios, llegaron a mi vida las fragancias dulces y gourmands, las
cuales se volvieron mis elegidas especialmente en los meses de invierno o en
climas fríos. Las notas de vainilla, cacao y caramelo tienen una capacidad casi
mágica para envolvernos en una cálida y reconfortante sensación.
Cada aplicación se vuelve una experiencia casi
culinaria, evocando recuerdos de pasteles recién horneados y tazas de chocolate
caliente compartidas con amigos y seres queridos.
La relación que tengo con mis perfumes va más allá del simple gusto olfativo. Los perfumes cítricos, con su frescura, me acompañan en mis viajes a lugares soleados; los florales me llevan a jardines secretos y momentos de introspección; los dulces y gourmands me envuelven en una calidez que desafía al invierno. Cada frasco es un pequeño cofre de recuerdos y estados de ánimo, listo para ser abierto según la ocasión.
Así, mi colección de perfumes es un reflejo de mi viaje personal: un viaje a través de emociones y experiencias, un mapa olfativo de los momentos que atesoro y de los estados de ánimo que deseo explorar. Mis fragancias no son solo para oler bien; son para sentir, recordar y vivir plenamente.
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